martes, julio 12, 2005

Calor y filosofía en Córdoba

¿Saben ustedes el calor que hace en Córdoba, capital de la provincia andaluza del mismo nombre, en estos días a media tarde? Pues si lo saben son afortunados.
En Córdoba el calor cambia con el día, puede ser un calor seco que te quema la garganta o un calor húmedo que te hace sudar y que mata a los enfermos. Hay calores que se cuelan en tu casa para hacerla un horno o una sauna, y calores con los que te encuentras de repente al salir a la calle. Calor señorial, del que enorgullece sentirlo, y calor barriobajero con olor a saliva y a orín. Las noches son el único refugio contra el calor.
Hace ya algún tiempo que salgo a las tantas de una residencia de estudiantes para ir a mi casa. Les prometo, porque jurar está muy mal visto, que en esos momentos es cuando Córdoba me muestra el rostro que en el pasado cautivó a califas y poetas.
Las noches en Córdoba, lejana y sola, cantan por sí mismas. Hay una serenidad, una calma imprecisa que no es más que el aliento de la ciudad contenido colectivamente, que apaciguan la mente y callan los malos pensamientos. Caminas por los empedrados de la Judería, mirando a un lado y a otro por los callejones silentes y los recuerdas con su aspecto diurno, con sus gafas y su ropa de oficina que esconden su verdadera identidad y te maravillas. Paseas por la Ribera, hermosa toda ella, incluso el puente ese que hicieron hace poco (en comparación con el Puente Romano la mitad de la ciudad fue hecha hace poco) con los bordes oxidados, y escuchas el río pasar y pasar y pasar, llevándose el calor y el sudor del día. Caminas por callejones extraños donde gentes extrañas te miran con más miedo que hostilidad y piensas que no sería hermosa si no estuvieses allí. Porque sabemos que un árbol hace ruido si cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo. ¿Pero sigue siendo bello algo si no hay nadie para observarlo?
Perdón por el tono, perdón por los arranques de poesía plagiada, perdón por hacerles perder el tiempo. Incluso a los que no se han ofendido les pido perdón por pedirles perdón. Y gracias por escuchar a este pobre enfermo, que no siente el calor de Córdoba y que pasea para huir de sus demonios.